Como es navidad nos rascan por dentro las ganas de ser niños, tener sorpresas inesperadas, sueños por cumplir. Ayer, alguien estableció las pautas de un juego que consistía en esto mismo, imaginarlo. Alguno se asomó a la ventana, quería ver su coche nuevo y con chofer; alguna acarició su muñeca más querida, perdida en un traslado hace ya mucho tiempo; otro cerró los ojos y no consintió de forma alguna que entráramos; otra pidió repetir para el año pero todos -era mi madre; mi abuela se rió y dijo, como siempre, que no creía que llegase a las próximas navidades; otro nos deseó felicidad a todos… Yo tuve la impresión de vivir dentro de este juego, tantas imágenes se me pasaron por la cabeza que pensé que había bebido demasiado. Al final concreté, ya que había que hacerlo, que un viaje, pensé en las ganas que tengo de ir a Angola, también en pasearme por la plaza roja un día de semana, sin turistas, pescar en los fiordos noruegos, en las islas chilenas de la Tierra del Fuego, llegar al Cabo de Hornos, cazar en Canadá, perderme entre las raíces que se comen los templos de Camboya, subir en barco el río Congo, bajar el Amazonas, volar sobre el Gran Cañón, Montana en Otoño… Los reyes Magos se pusieron impacientes: Uno solo… Y que sea, más, posible –apuntó una reina… Uno solo? -dije... Una cosa sola, si –me apremiaron… Y pensé entonces en volver a alguno de los lugares en que ya había estado... Si, un café en el Tortoni, un desayuno con prensa, exprimido de naranja y dos alfajores de chocolate… Bueno, un café puedo hacerte si quieres, dijo mi madre al verme la cara… Vale -le dije- pero me cantas un tango