19.5.08

I / Bernarda


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En la calle de un poeta que nadie conocía
la ropa decoraba las paredes
clareando el interior de cada casa
de blanco, de algodón y de tergal.
Aprendimos a esperar el verano
viendo crecer la fruta en el jardín de cada casa
de cada prohibición.
Aspirábamos a cosas tan sencillas
que nos acostumbramos a conseguirlas
y lo único que respetábamos era la espera...

Un día en casa me dijeron que fuera a ver la tele al bar y yo supe que mi bisabuela había muerto. Hasta entonces solo perros se me habían muerto y esto dolía más. Me había acostumbrado a ver a aquella vieja barriendo las aceras, comiendo y doblando servilletas con la mano como si las planchara. Pero no recuerdo que hablara, contestaba con un pequeño gesto a mi abuelo si la decía algo. Pasó tanto tiempo encamada al final de sus días que en casa se escuchaba muchas veces la palabra llaga. Una vez subí las escaleras hasta su cuarto y vi a mi madre y a mi abuela haciéndole una cura, y vi la llaga. Me pareció que todo el brazo de mi abuela cabía en aquella herida.
Cuando mi otra bisabuela, Rosario, la andaluza, enfermó, mi madre y mi abuela estaban preocupadas por si encamaba y enllagaba como Bernarda. ¡Que coño con la Bernarda! decía Rosario, la granadina, y nadie podía dejar de reír viéndolas, el trigo y el agua. Bernarda era de Salamanca y a través de su recuerdo me hice siempre el retrato de Castilla, del silencio, de la costumbre. Cuando murió tenía casi cien años. En el barrio nadie se acordaba de ella, por vieja y porque hacía tiempo que no salía. Nadie comprendió mi llanto aquella tarde en que por vez primera conocí la muerte porque a nadie se lo dije. Bernarda se había ido de su pueblo a Madrid muy joven, y debió ser feliz lejos de allí porque nunca regresó. Yo creo que la guerra la devolvió a su pueblo de alguna manera y que por eso no hablaba, ¿para qué?. En Castilla no usan paraguas, cuando llueve no se sale de casa...

1 comentario:

  1. Nada sabe mellor que a froita roubada. Debe de ser polo aquel da espera.

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