Las ciudades se ven en el espejo de sus calles, relamen
soledades en los amaneceres y rescatan de nosotros al naufrago. Las calles permanecen en la retina cuando la lengua húmeda de la mañana limpia las huellas de
la noche. Delgada, larga y sin cara, la sombra nos remite hacia el suelo que
hace música hueca de nuestros pasos. Al fondo, después de la respiración y la cabeza lenta, un café, una mesa, una esquina y un lavabo del que vienes con ritmo de derrota ¿Qué
vas a tomar? ¿Y tú –me respondes- qué has pedido? Un café, he pedido un café
con un doble de besos y una nube de abrazos… Anda, vámonos ya.
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