23.6.15
19.6.15
otra cosa
Tenía la fachada de hombre de mucho mundo, volvía de un viaje y empalmaba con otro casi inmediatamente, en el medio tan solo la maleta, una colada rápida y pasar por el banco, que era quien esperaba con algo de inquietud por su regreso…
Le mordía su casa, los recuerdos, cada fotografía,
había convertido el salón en un pasillo y entre viaje y viaje transitaba entre
la cocina y su habitación contemplando el aspecto cada vez menos humano de todo
aquello…
Y no la casa solo, cada vez que veía el letrero final
de la salida en los aeropuertos y la puerta de cristal se abría como un
escenario al público que esperaba ver familiares, amigos, amantes, le mordía un
poco también, incluso leía los cartelitos que chóferes o empleados levantaban
sabiendo que ninguno llevaría su nombre…
Y le mordía el taxi y las respuestas iguales a las
mismas preguntas cada vez que llegaba, hasta que los ojos del retrovisor
comprendían sus pocas ganas de hablar, su fatiga…
- De dónde dijo que es usted?
- Ourense, soy gallego… En dos años me jubilo y allí
que me voy, que ya estoy harto de tanto coche y tanta ciudad… Allí la vida es
otra cosa
Y entre el pasar violento de la velocidad del coche
contra el guarda raíles se repitió otra cosa, otra cosa, otra cosa
4.6.15
feria del libro
Rivas es de esos sitios donde las calles tienen nombres familiares, te tomas un vermú con Pablo Iglesias o paseas con Jose Hierro camino al auditorio Pilar Bardem, saludando a Ana María Matute, Saramago, Ángel González, Asterix, Jabato, Berlanga y cosas así para las que no hace falta wiquipedia... Te encuentras con Montero y Almudena Grandes en IU y piensas en su calle... Es bonito esto.
En la Feria del Libro Madrid estiraron a los libreros como un chicle,
según el número, en una sola calle, al sol, como un castigo, y yo, pensando en
Rivas, imaginé los libros ocupando completamente El Retiro, que le pusieran nombres
a los paseos, a los cruces, a las plazas, nombre efímeros, solo para esos días,
con bares y terrazas, músicos sin amplificaciones rondando por allí, pintores
con sus caballetes, escritores en tertulias, al rico parisién, organillos,
vendedores ambulantes de helados o de baratijas… Que fuera vida el libro, los
libreros y los escritores, que no cerraran, ni a las nueve ni a las diez, que
nos dejaran oler, por unos días a libro mientras tomamos una copa y charlamos
un rato a la sombra de un árbol, o de la tarde, o de la noche.
Pero también es política esto, y también por esto anhelo el cambio
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