Se agarró, medio cayéndose, a la baranda del puente, mientras yo, a pocos metros, intentaba seguir apuntándolo con la pistola y respirar a la vez, respirar a trompicones hasta caer de rodillas cerca de la acera, delante de aquel hombre que fatigosamente repetía: ¿qué me pedirás tú? ¿qué vas a pedirme?. Al borde del desmayo, mientras escuchaba su cantinela, me veía recogiendo la pistola que él había tirado después de disparar, persiguiendo a quien nunca antes había visto, corriendo sin parar hasta que los pulmones dijeron basta. Tenía una pared en el pecho y ahora un dolor punzante en la rodilla, desde el suelo volví la cabeza hacia atrás, hacia Portugal, pero solamente vi la carretera y algún coche lejano, borroso, que seguramente se había parado al ver nuestra carrera, nada más, nadie conocido que nos hubiese seguido desde el restaurante o desde el lugar en que aquel hombre que ahora tenía apuntado con una pistola había disparado a la mujer. Pensé entonces que ya estaría muerta, sobre la carretera, o malherida. El sonido de una sirena lejana me hizo pensar en una ambulancia llevándosela urgentemente. ¿Tú qué vas a pedirme?. El hombre me miraba y después sus ojos se perdían como esperando algo, tal vez una respuesta a aquella frase que repetía con la vista perdida ¿qué me pedirás tú?. No podía levantarme, estaba sentado en la carretera, con la pierna izquierda estirada y un dolor intenso en la rodilla, el brazo izquierdo apoyado en la acera y la pistola en la mano derecha apuntando a aquél hombre que ahora miraba hacia abajo, hacia el cauce del río que asonaba con fuerza bajo el puente que separaba Arbo de Melgaço. El sonido del río, nuestra respiración cada vez más calmada, la pregunta perdida de aquél hombre que miraba hacia el fondo del río, y a lo lejos mi nombre: ¡Pancho!. Seguramente mis amigos venían hacia nosotros, pero de tan lejos no eran más que una mancha: ¡Pancho!. Me moví, muy despacio, pero no logré doblar la rodilla. El hombre repitió de nuevo su cantinela y me miró sin verme, me miró a los ojos repitiendo: qué vas a pedirme como si fuese una canción; qué vas a pedirme, mientras lo veía levantarse muy despacio, agarrado a la baranda del puente; qué vas a pedirme y el dolor en la rodilla y la irrealidad de aquella escena; qué vas a pedirme y desde atrás, ahora sí mis amigos y más gente que no conocía, en la acera, cerca de nosotros, haciendo gestos con las manos y gritando algo que no escuchaba; qué vas a pedirme y los ojos de aquél hombre mirándome y el sonido de las aguas del río y su cuerpo cayendo al vacío y su frase flotando y el bullicio y aquella pistola que parecía estar hecha para el tamaño justo de mi mano y el dolor tremendo en la rodilla que no me dejaba recoger la pierna, sin poder levantarme…
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Eres tu el que incursionas en la novela negra ,o es ésta la que se incursiona en tu vida? No se te puede dejar solo!
ResponderEliminarAperta,Tronky.
Solamente por acordarme de algún que otro loco saltando al vacío con una cuerda a la cintura... Va un abrazo.
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