21.9.11

geriatrices


La Residencia era un antiguo palacete del dieciocho con jardines diseñados para no sentir necesidades exteriores. Su joya era un pequeño lago artificial con un canal y un embarcadero para acceder al casino desde un pequeño círculo entre árboles donde se bailaba escuchando la música de entonces. Pero había más: una ladera inglesa de grandes árboles y césped bajo el templete que coronaba Baco; la gran avenida entre cipreses recortados y setos de boj esperando a algún burgués afrancesado; un parterre de flores rojas bajo inmensos pinos mansos… Incluso una pequeña granja con huerto de juguete que todavía mantenían vivo, un puente enamorado sobre el canal, y un laberinto… Después del recorrido de pasillos, váteres y sonrisas variadas desde cada una de las placas de plástico a las que se me presentaba como el nuevo, “pues ya verá que bien va a estar aquí”, al fin me quedé solo, en la habitación 22. Abajo, en un banco de madera un poco apartado entre dos robles centenarios una señora elegantísima charlaba con un hombre y sonreía apartando la mano, caprichosa, cuando la de aquel hombre se arrimaba: ¡Jonas, Jonas! reprendió sonriendo una cuidadora al pasar. Vaite foder! respondió sin mirarla... Bueno –pensé- mira por donde podré aprender idiomas aquí, en la Residencia... Llegué, porque así lo habíamos acordado, un día antes que Raquel, nuestras familias ni siquiera se verían para hablar de las casualidades de la vida. Elegimos aquel geriátrico de lujo por sus jardines, parecían diseñados para que la vida, al llegar a este punto, nos acogiese con su delicadeza, sus colores, sus sonidos. Setenta y cinco años y un futuro, me dije, y un futuro. No es poco.

2 comentarios:

  1. HEHEHE!
    Bienvenido al club!

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  2. Por favor caballeros, pidan permiso. Si se portan bien les diré donde está la falúa.

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                       De mi Banco de...              Para que no me olvi...              De Pancho Salmerón           ...