Existe, si, la tienda de cosas viejas sigue en el mismo lugar; del dueño no sabría decirte, creo que no, es casi idéntico pero igual de viejo, por lo que deduzco que si han pasado casi treinta años, quien ahora atiende el anticuario, más bien será su hijo; no ha cambiado nada, ni siquiera las cosas que se venden, creo yo, ni el olor a humedad que hace que veas cada objeto desde la perspectiva de lo viejo, más que de lo antiguo. He ido hasta allí en cuanto me lo has dicho, nada hay que me seduzca más que la idea de regresar a cualquier lugar que recorrimos juntos, hasta creí verte levantar un objeto desde el suelo: tu media melena y el vestido rojo de tiras con un lazo sobre tus hombros desnudos mientras estabas agachada, con gracia, cogiendo algo del suelo, una lámpara de Aladino; te levantaste y la que no eras tú mostró su hallazgo a un hombre que, desde cerca de mi, le puso mala cara, qué estúpido, estuve a punto de comprársela yo, solo por ver brillar sus ojos otra vez, pensando en genios y esas cosas que por un momento soñó tener entre las manos.
Me he traído la lámpara, la he limpiado, ha quedado preciosa y, como podrás comprobar, no tenía genio dentro, por eso te escribo, amortiguando en lo que puedo mi deseo incumplido. Pero me quedo con ganas de saber qué pediría aquella chica al genio, aunque no fueses tú, que tal vez quieras, soñarlo para mi…