2.9.09
tres dias y veintitres años
Una estación de tren de una ciudad cualquiera. Hay murmullos de máquinas y gente despidiendose. En nuestra historia no hay abrazo, un pequeño gesto de mano en la cintura y un beso. Ella no para de hablar y se ríe, está nerviosa, ha metido la maleta en el vagón y sale de nuevo, baja, besa de nuevo a la niña que no suelta la mano de su padre. El tren todavía no ha pitado, cuando lo haga, habrá tiempo de subir, incluso en marcha –dice. Agachada, su mano roza la cabeza de la niña. Al levantarse besa de nuevo al padre. Ahora no se dicen nada. Ella sube, es mejor que me vaya –dice. Desde la ventana vuelve a sonreír y dice adiós con la mano. Desde el andén, la niña y él la miran. El tren comienza a irse, lentamente, llevándose el reflejo de las luces, en los cristales.
¿A dónde va ese tren? –pregunta la pequeña.
Ese tren va muy lejos –le responde su padre.
Sin demorarse un segundo, sin apenas ruido y sin gente esperando, el tren blanco nos dice que ha llegado a través de un panel electrónico. Un momento después ella sale y se quita la chaqueta al notar el brusco cambio de temperatura. Unas gafas oscuras ocultan su rostro al atravesar la puerta que delimita el espacio de seguridad del AVE. Se juntan las mejillas, se saludan, sonríen, si, todo bien, el viaje, y tú, ¿cómo has venido? en el coche, está en el aparcamiento ¿quieres tomar algo? no, no, mejor nos vamos ¿qué tal tu hija? bien, acaba de tener un hijo, hace unos días, todo bien... Son frías estas estaciones, verdad? Horribles, si, anda, vámonos...
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