Se les caían encima las paredes aunque ayudasen a esconder su secreto, al cabo, no eran las estrellas prometidas en las puertas de los hoteles las que buscaban, y por muy lejos que se fueran, siempre habría alguien que reconocería aquella cara, que querría hacerse una foto acompañado por quien representaba su sueño. Él pondría la sonrisa perfecta y profesional, ella, caminaría como sin enterarse, hacia el hotel, esperaría viendo la calle, los transeúntes moviéndose con libertad, secaría unas lágrimas tristes antes de volverse, mientras se abría la puerta, y rescataría una sonrisa desde lo más profundo, donde guardaba lo que sentía por aquel hombre que ahora la veía sonriendo. ¿Y eso? ¿Qué traes?–preguntó... Eran simplemente dos monos de trabajo blancos, dos pares de gafas increíbles y dos gorras azules... La calle parecía otra, entrar en los cafés, caminar agarrados por la cintura, besarse como adolescentes entre un corro de gente que aplaudía mientras tiraba harina al cielo, sobre ellos... Jamás pensé en el carnaval como la vida -le dijo... No quiero irme nunca de aquí.
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Bueno, es que lo que merece música es un Carnaval así :)
ResponderEliminarE que era a vida entón? Tirar fariña ao ceo e agardar que caia convertida en pan (sen formigas) para o corpo que nos disfraza a alma ou o que sexa (como diría miña nai, "llámale equis").
ResponderEliminarMe hablaron de Vilariño de Conso y allí fui sin mucha fé, hace unos años. No es espectacular, es, solamente, que se te mete en el sentido de lo tierno, en el alma, todavía no sé por qué, este año, si puedo, seguiré intentándolo...
ResponderEliminarA vida, Sun, está xustamente no centro da felicidade pero non sempre podemos siquera apuntarlle...
ResponderEliminarAh: tengo algo rezagadas esas esencias. Apenas uno las siente (eso trae tu escrito) toma conciencia de días y días en la centrifugadora. Lindísimo el contraste entre el colorido de los trajes y lo monocromático de las construcciones.
ResponderEliminarLlueve en Buenos Aires.
Abrazo! AB