Cien metros más allá de la línea que indicaba el meridiano en medio de aquel páramo, el agua teñida del barreño discurría por el embudo en sentido inverso a las agujas del reloj, inverso a como cien metros antes lo había hecho, cuando estábamos al otro lado de la raya. No era magia, todos lo sabíamos, pero jamás habíamos podido comprobarlo y nos sorprendíamos de aquella certeza. Estábamos, como el cartel decía, justo en el meridiano de Greenwich. Pensé entonces en el sentido de la vida cuando se atraviesa una raya y todo se va al revés por un embudo, pensé en borrar la raya que alguien había trazado en el suelo con una vara de negrillo, en lo mucho que separaba una simple marca, en saltar hacia atrás y volver al sentido, en todo esto pensé mientras me dirigía hacia aquella marca con la estaca de madera y un cartel que anunciaba el paralelo, me dije: no veas atrás de nuevo, salta, salta, pero no pude hacerlo, porque temí olvidarme de mis sueños, que mis canciones perdieran el sentido íntimo que las inspiró o que mis fotos se pixelizaran desordenadamente borrando aquello que había amado… … … Y no salté, siempre llevo el papel de perdedor como si fuese un pin colgado en la solapa, una canción silbando entre los labios, unas botas de arena de desierto y, aunque no se me note, una sonrisa adentro
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