Había visto otras veces aquel rostro grabado en otras caras, aquella mueca diciendo sonriente ¡nos vemos! alejándose por una calle o en un taxi, otras veces el corazón ahogándose, los ojos de cristal y las manos rebuscando niñez en los bolsillos, canciones perdidas en la memoria de la infancia para curar heridas del futuro que ya no deseaba. El abandono son chopos a la vera de regatos sedientos que esperan el otoño –recordó- aunque al menos -se dijo- esperan. No sabía a donde ir y aquel viento en la cara se le antojó que hablaba desde el norte. Comenzó a andar. Al poco, una canción salió al fin de sus labios: Nunca dejes de hacer imposible mi vida / sé que no hay mucha luz detrás de ese reflejo de la felicidad / nada deseo más que tu boca en mi boca / esperando al final de las horas del día, donde sé que te posas… Y repitió: donde sé que te posas… Cómo me gustan las rancheras -pensó...
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