Las ciudades se ven en el espejo de sus calles, relamen
soledades en los amaneceres y rescatan de nosotros al naufrago. Las calles permanecen en la retina cuando la lengua húmeda de la mañana limpia las huellas de
la noche. Delgada, larga y sin cara, la sombra nos remite hacia el suelo que
hace música hueca de nuestros pasos. Al fondo, después de la respiración y la cabeza lenta, un café, una mesa, una esquina y un lavabo del que vienes con ritmo de derrota ¿Qué
vas a tomar? ¿Y tú –me respondes- qué has pedido? Un café, he pedido un café
con un doble de besos y una nube de abrazos… Anda, vámonos ya.
11.4.16
2.4.16
desayuno
Me llegan de La Plata, aunque bien saben que aquí pueden
comprarse.
Pienso en el milagro magrebí, nectar de pan y miel que en
Iberia alguien compactó entre dos obleas endulzando al-Ándalus y que llegó
hasta América, donde alguien sustituyó el pan por la galleta. Pienso en el
cambio tierno y por mi culpa (las alergias) de la miel por el dulce de leche,
en la llegada del chocolate, en las variantes de Perú, Méjico, Chile y Colombia
que no conozco. Y en Argentina, claro, que según estadísticas, en el año dos mil seis consumió seis millones de alfajores al día (yo estaba allí, ayudando en lo posible).
Desayuno deleitándome en la magia de los encuentros, de las migraciones, del color, del olor, en lo que nos perdemos cada vez que no cruzamos una frontera, cada vez que no traspasamos un límite, en los emigrantes, los refugiados.
Desayuno deleitándome en la magia de los encuentros, de las migraciones, del color, del olor, en lo que nos perdemos cada vez que no cruzamos una frontera, cada vez que no traspasamos un límite, en los emigrantes, los refugiados.
Alfajores Havanna y café de Etiopía endulzado por azúcar de
caña de Cuba.
Pd: la cucharilla es portuguesa, la taza China, la cafetera Suiza, el
agua de aquí, de Cambados y yo de todos estos sitios.
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